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Vista actual
Emilia Bermúdez y Natalia Sánchez.
Política, cultura, Políticas culturales y
consumo cultural en Venezuela.
Universidad del Zulia, Facultad de Ciencias
Económicas y Sociales Centro de Es
tudios Sociológicos y Antropológicos.
Ponencia
presentada en la II Reun
ión de miembros de LASA celeb
rada en Caracas los días 27 y
28 de Mayo del 2008.
Resumen
El presente trabajo tiene como objetivo el
análisis de las políticas culturales en
Venezuela partiendo de dos elementos fundamental
es: por una parte, la
influencia que el
contexto político ha tenido y
tiene en la orientación de
las políticas culturales en
Venezuela así como en su desarrollo o i
nhibición; por otra, cómo la concepción que
acerca de la cultura tienen los
actores culturales y políticos ma
rca la orientación de esas
políticas culturales y en especial
las referidas al consumo cultural.
Se trata de un análisis que se centra en el papel de los actores culturales y políticos por
considerar que las políticas culturales
no pueden comprenderse desligadas de las
representaciones que dichos actores tienen so
bre ella, así como de las representaciones
sobre la cultura y los objetivos políticos que
dichos actores le atri
buyen a la cultura en
un momento determinado
Se hace especial hincapié en el período de
gobierno que se inicia en 1999 bajo la
presidencia del Coronel (R)
Hugo Chávez Frías y lo que el
mismo ha denominado como
“la V República”. La especial atención a es
te período se debe a la relevancia que
adquieren las maneras de cons
iderar discursivamente el papel de la cultura en la
instauración de un gobierno que
, a diferencia de los gobierno
s democráticos anteriores,
se autodenomina revolucionario.
Al respecto de la metodología, se hizo un análisis de carácter documental soportado en
documentos oficiales sobre las políticas cu
lturales, en los discursos de actores
considerados relevantes y en trab
ajos bibliográficos acerca del tema.
INTRODUCCIÓN
Abordar el tema de políticas
culturales en Venezuela puede resultar una tarea difícil
para cualquier investigador,
especialmente porque como obj
eto de estudio han sido, en
este país, muy poco abordadas, tanto desd
e el punto de vist
a del desarrollo de
investigaciones en los espacios académicos
universitarios, así como desde las propias
instituciones culturales cuya inversión en i
nvestigación cultural es cas
i nula por no decir
inexistente.
En Venezuela son muy pocos los nombres y las instituciones
1
ligados a la investigación
en temas relativos a las políticas culturale
s, desarrollo cultural, consumo cultural,
democracia cultural, ciudadanía cultural y mu
chos otros relaciona
dos a las políticas
culturales. Lo anterior no significa que no existan opiniones al respecto; las expresan, de
manera bastante seria, quienes
están ligados al sector cultura en calidad de gestores,
artistas o intelectuales. Pero sobre lo que
queremos llamar la atención es que al hacer
un balance sobre la investigaci
ón en el tema, desde la ex
periencia en la
exploración
bibliográfica que hemos realizado, es
te arroja saldos negativos.
La situación descrita plantea una deuda de los investigadores venezolanos con un tema
vital, tanto por la importan
cia que le han otorgado divers
os actores sociales a nivel
mundial y local en el logro
de los procesos de desarrollo
y de la construcción de
ciudadanía, consecución de la paz y crec
imiento de la democracia, como por la
coyuntura específica que
vive el país.
Así, la investigación sobre políticas culturales se hace relevante en el proceso político
venezolano actual, en virtud de que los pr
opios actores gubernamentales han expresado
su intención de orientar las políticas culturales hacia la consecución de los objetivos
políticos de construir la “revolución so
cialista”, lo que si
gnifica, al menos
discursivamente, un viraje si
gnificativo con respecto a la inte
nción en la orientación de
las políticas culturales manifestada por
los gobiernos anteriores. Al mismo tiempo,
estamos en presencia de la concepción de la cultura como un recurso político que
amerita una necesaria reflexión acerca de
la orientación de las políticas culturales.
1
Sin embargo, no podemos dejar de mencionar centros como el Instituto de Investigaciones de la
Comunicación (ININCO) o el Centro
Gumilla (editores de la revist
a Comunicación), quienes han hecho
esfuerzos importantes en mantener el debate sobre el te
ma a través de sus publicaciones, y, por otra parte,
a intelectuales que han estado ligados en los últimos tiempos a la investigación de las políticas culturales
como es el caso del Soc. Carlos E Guzmán, el Soc.
Tulio Hernández, el Antrop. Enrique Alí González
Ordosgoitti, la Soc. Evangelina
Prince, el Jurista Felipe Massiani,
Jorge Cáceres y al
gunos pocos más.
Cultura y política en Venezuela.
Es posible afirmar sin temor a equivocarse
que durante las últimas décadas del siglo
XIX y la primera mitad del sigl
o XX, los actores culturales, en especial los intelectuales
ligados a la cultura, ju
garon un papel protagónico en la
lucha por dotar al
país de una
“conciencia nacional” que permitiera hacer
frente a la disgregación que impedía la
configuración de un proy
ecto nacional unificador.
La mayoría de los artistas e intelectuales de diversas tendencias ligados a las letras, las
artes plásticas, la poesía, la música, el periodi
smo y mucho más tarde el
teatro y el cine,
van a constituirse en vanguardias important
es en las aspiraciones de formar una
sociedad moderna y “civilizada”, así como más
igualitaria y democrática. La defensa de
lo que para entonces se llama
ba “progreso”, así como de la democracia, se convirtió en
la bandera política a partir de la cual se
organizan simbólicamente los movimientos de
oposición tanto a las guerras caudillescas, co
mo a las dictaduras que sucesivamente
gobernaron el país después
de la independencia.
Durante el inicio de estas luchas, los intelectuales (en especial, aquellos ligados a las
letras) se convirtieron en las voces interpretado
ras de un país en el cual la mayoría de la
población, tras ser victima de
las guerras civiles y las epid
emias, vivía en condiciones
de analfabetismo y de insalubridad.
Los artistas e intelectuales no
se quedaron en el espacio de
la producción estrictamente
artística, sino que pasaron a ser también act
ores políticos importantes en el debate
ideológico que se genera desde el siglo XX en
torno a las interpreta
ciones sobre el país
y sobre el rumbo que debía tomar para llegar
a ser una “sociedad m
oderna y civilizada”.
En el siglo XX, intelectuale
s y artistas junto a algunos líd
eres políticos, tanto de la
socialdemocracia como comunistas, se convier
ten en los elaboradores fundamentales de
un proyecto de país que les
lleva a establecer alianzas
en torno a tres propósitos
fundamentales: Soberanía de la naci
ón sobre las riquezas del subsuelo
(fundamentalmente la riqueza petrolera), la
constitución de un gobierno democrático y
una redistribución más justa de la renta petr
olera a través de políticas sociales de
democratización y atención al “pueblo” o a
“las masas”. (Bermúdez, Casella, González
Méndez, 1985).
2
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Esta alianza entre los comunistas (sustentados en
la idea marxista ortodoxa
de que era necesario pasar
por la revolución democrática burguesa para llegar
al socialismo) y los sectores socialdemócratas
(convencidos de que lo conveniente al
país era un proyecto de democraci
a liberal y social), no tardó en
desvanecerse debido a las contradicciones que empiezan a darse entre los actores de la alianza, así como
No obstante, las críticas y la oposición de los
intelectuales y artistas
de izquierda contra
el régimen democrático recién inaugurado en Enero de 1958 no se hicieron esperar, tal y
como lo muestran los escritos del grupo “Sardio”
3
o “El Techo de la Ballena” (1961-
1965), quienes con su verbo subversivo alim
entaban la lucha política y armada.
Así también ocurrió en el teat
ro: las décadas de los sesenta, setenta e incluso parte de
los ochenta fueron importantes en
el desarrollo del teatro cr
ítico y político. Era un teatro
ligado a las figuras de dramaturgos como Cé
sar Rengifo y posteriormente a los nombres
de Román Chalbaud, Isaac Chocrón , José Ign
acio Cabrujas y Carlos Giménez, para
citar sólo algunos de los más conocidos directores
de teatro e intelectuales de izquierda.
La derrota del movimiento
de guerrillas a mediados de la década de los 60, y la
desilusión por no haberse producido el triunfo
de la revolución que
se creía inminente,
lleva a muchos de los actores culturales a retirarse de la política y a replegarse en los
espacios e instituciones académicas y culturales. Las nuevas generaciones en su mayoría
deciden refugiarse en lo esté
tico como supuesta posición ne
utral y se dedican a luchar
por la conquista de los espacios
artísticos e institucionales.
Para la década de los novent
a del siglo pasado ese proces
o de retiro de los actores
culturales de la política
se había consolidado. El poeta Ju
an Liscano afirmó al respecto,
en una entrevista concedida al periódico El
Nacional de fecha 6
de febrero de 1992:
“Los escritores, pintores, poetas, tuvier
on su compromiso en otros tiempos. La
guerrilla de los 60 tuvo pleno apoyo del sector intelectual. Fracasaron los
insurgentes y vino un repliegue. Las nuevas
generaciones son escé
pticas ante los
políticos. Las generaciones a las cuales
pertenezco tuvier
on a Rómulo Gallegos,
Andrés Eloy Blanco, Mariano Picón Salas
y otros como artistas preocupados y
vivieron las consecuencias del exilio. El
artista tiene como deber preocuparse
por el país. Ahora cuidan su imagen.
Debe ser por los subsidios”. (Liscano,
1992).
La palabra critica quedo cada vez más reducida a ciertos ámbitos académicos, en
especial a las universidades,
cuyos intelectuales también se
desvinculan de la política
reduciendo los espacios de la cr
ítica a los salones de clase,
a los escritos para los pares
académicos y a las tertulias en los
cafés de las grandes ciudades.
al efecto que la revolución cubana produjo en muchos de los movimientos políticos de América Latina y
que en Venezuela condujo a los movimientos de izquierda a asumir la tesis de la lucha armada.
3
Este grupo fue conformado en 1955 por hombres que se convirtieron en referentes culturales
importantes, como Adriano González León, Salvador
Garmendia, Guillermo Sucre, Rodolfo Izaguirre y
luego por otros como Edmundo Aray, Antonio Pascuali y Héctor Malave Mata (Liscano, 1973)
A la inversa de lo ocurre con los partidos
políticos y en el terre
no de las artes, nuevos
creadores simbólicos empezaron a ocupar el espacio masivo de la producción y el
consumo cultural en nuestro país: Los medios de comunicación audiovisuales,
especialmente la televisión, que a medi
da que el país fue urbanizándose y
“modernizándose”, y gracias a la
llegada de la electricidad
a mayor cantidad de lugares
y personas, fue expandiendo el número de sus
consumidores y con ello su hegemonía en
los procesos de construcción simbólica de nuestra sociedad.
Sin embargo, hoy se está viviendo en Venezuela un proceso de repolitización, en el cual
el debate acerca del proyecto de país que se
quiere y se desea parece estar centrando en
la cultura. Los actores gubernamentales en
conjunto con algunos intelectuales y artistas
que comparten la propuesta política del gobiern
o, plantean la necesidad de relevar el
papel de la cultura en la
construcción de lo que conc
iben como un nuevo proceso
político y de cambio.
Sobre las reflexiones anteriormente expuest
as, es pertinente preguntarnos, ¿Cuáles
fueron las consecuencias sobre
las políticas culturales en
Venezuela de la acción o
inhibición en el ámbito político de los diferentes actores culturales? ¿Cuáles son las
políticas culturales actuales? ¿Cuál es el pa
pel que algunos actores políticos y culturales
ligados al gobierno actual le atribuyen a la
cultura en esta etapa política llamada de
revolución? ¿Existen en esta nueva etapa polí
ticas definidas, en es
pecial, en torno al
consumo cultural?
Las ideas expuestas a continuaci
ón tienen por finalidad plantear
el debate al respecto de
estas interrogantes.
Cultura, política y políticas culturales en Venezuela.
Un primer elemento importante a analizar es
la influencia que en el ámbito político y
público gubernamental ha tenido y aún tie
ne el pensamiento de algunos actores
culturales ligados a las artes y a la academia.
Desde el siglo XIX y antes de la independe
ncia, pensadores como Simón Rodríguez o
Andrés Bello planteaban que la liberación po
lítica y la independencia no serían exitosas
mientras el pueblo no pudiera se
r educado y no se llenara de
contenido americanista a la
educación. La independencia no tuvo los re
sultados esperados, pues la liberación
política no conllevó, como dirían los pensador
es modernistas, a la “liberación de la
ignorancia”. Al contrario, después de la indepe
ndencia, las ideas de “europeizar” al país
y de “civilizar a los bárbaros”, tomó una
gran fuerza a partir del desarrollo del
pensamiento liberal y positivista oficialmen
te dominante a principios del siglo XX.
(Bermúdez, Casella et al, 1985).
Esta percepción acerca del pape
l central de la cultura en el
proceso de construcción de
una sociedad “moderna y civilizada” -aunque no
pensada ni expresada en los términos
positivistas de civilización- se
rá la herencia de la que
tampoco podrán desprenderse el
resto de los intelectuales venezolanos que militaron en el pensamiento socialdemócrata
y comunista y que tendrán una gran influencia
en la manera de concebir el papel de la
cultura en los procesos de construcción de una sociedad moderna (Bermúdez, Casella et
al, 1985).
Así, la constante observada en
pensadores de distintas tende
ncias es que la clave para
salir del atraso en que se encu
entran las masas es la educación y la cultura. Por ello es
que es posible encontrar en pensadores ta
n disímiles ideológica y políticamente como
Arturo Uslar Pietri, Rómulo Gallegos, A
ndrés Eloy Blanco, Luís Beltrán Prieto
Figueroa y Eduardo Machado un cierto cons
enso en torno a la necesidad de una
transformación cultural del pa
ís para llegar a construir una
nación moderna. (Bermúdez,
Casella et al., 1985).
Desde esta lectura es que nos atrevemos
a plantear que en Venezuela los actores
culturales y políticos no escaparon al pred
ominio de los grandes paradigmas de
pensamiento social y político al formular sus planteamientos acerca de la cultura. La
cultura era, para pensadores tanto positivistas como liberales (por ejemplo, Rómulo
Gallegos (1977), Pocaterra (1990),
Arturo Uslar Pietri, (1966
)) un elemento importante
en el salto que hacia la modernidad y el pr
ogreso debía dar nuestro
país, así como el
antídoto para salir de las dictaduras y no
volver a ellas. Para estos pensadores, dos
elementos eran básicos para orientar las
políticas culturales. El primero era la
democratización de la educación, elemento cen
tral en la construcción de los valores de
“civilidad” que debían inculcarse a nuestro pu
eblo, sumido en la i
gnorancia y el atraso
producto de la acción de los “malos gobern
antes”. El segundo era el cultivo y la
democratización de las Bellas Artes, junto al
fomento de valores propios de posiciones
nacionalistas sobre la identidad, entendida és
ta como memoria histórica, tradición,
folclore.
Estas ideas acerca de la cultura y su papel en el proceso de cambio también están
presentes en el pensamiento socialdemócrata
y se tradujeron en la tesis del “humanismo
democrático” propuesto por uno de
los pensadores mas influyentes en materia educativa
en el país: El maestro Luís Beltrán Pietro
Figueroa (1947), quién
intentó ponerlas en
práctica en el período conocido en la hi
storia venezolana como “la revolución
democrática de octubre de 1945” o “Trienio Adeco”. Así mismo, en este período
político se destaca la idea de una concepción de
la cultura ligada a
lo popular tradicional
evidenciada en uno de los evento
s más significativos de la época como lo fue la “Fiesta
de la tradición”
4
, organizada por el poeta Juan Lis
cano (Director de
la Dirección de
Cultura y Bellas Artes del Ministerio de Educación) para celebrar la juramentación
como Presidente de la República del escritor Rómulo Gallegos.
El golpe de Estado dado por
el General Marcos Pérez Ji
ménez en Noviembre de 1948,
que instauró una dictadura militarista por es
pacio de 10 años, postergará las propuestas
del proyecto democrático hast
a el año 1958, cuando lo
s actores políticos
e intelectuales
en alianza con el sector militar y los sectores
populares, ganan la batalla a esa etapa de
oscurantismo cultural y nueva
mente se retoman las ideas de “democratización de la
educación y la cultura”.
Así la constitución de 1961 rec
ogerá la aspiración de los ac
tores culturales, ligados tanto
a la socialdemocracia como a la izquierda, de
democratizar la cultura y de garantizar a
toda la población “el acceso a la educación y a la cultura”. Este precepto constitucional
constituirá el preámbulo para lo que podría
definirse como los in
icios de la política
cultural del Estado democrático en Venezuela.
Respecto a la posición de los sectores de iz
quierda, es importante hacer un paréntesis
para agregar que dichas posiciones pueden co
mprenderse si tomamos en cuenta que en
los inicios de la de
mocracia están aún muy apegadas
a la concepción ortodoxa del
marxismo. La discusión sobr
e la cultura en los momentos iniciales de la etapa
democrática no tiene mayor importancia para
estos sectores debido a que la cultura
sigue siendo pensada como el reflejo de
las condiciones económicas, por lo que lo
fundamental era transformar esas condiciones
para que se produjera el cambio hacia una
cultura socialista y un arte socialista. (Berm
údez, Casella et al). Además como, según
su pensamiento, Venezuela tenía necesariamente que pasar por la et
apa de la revolución
burguesa y democrática para llegar al so
cialismo, es explicable que apoyaran las
propuestas hechas por liberale
s y socialdemócratas en rela
ción a la modernización del
país y la cultura.
4
Esta fiesta es considerada por el intelectual venezolano Tulio Hernández (1998) como la primera
ceremonia cultural masiva y como un evento político que pone en evidencia la importancia que el
Gobierno del llamado Trienio Adeco le otorgó a las tradiciones populares en la construcción de un
proyecto político nacional.
Sin embargo, estas posiciones no fueron sost
enidas por mucho tiempo. La revolución
cubana y el planteamiento de acoger la te
sis de la lucha arma
da por sectores de
izquierda transformaron la concepción evolucio
nista de la revolución, y el debate acerca
de la llamada “superestructura” adquie
re relevancia para estos sectores.
Así, los intelectuales y académicos de izquierda, influenciados además por las tesis de
los pensadores de la Escuela de Frankfurt y esgrimiendo las tesis del antiimperialismo,
de la dominación, del colonialismo cultural
y de la dependencia, van a iniciar una
importante discusión acerca de la dependenc
ia cultural y los problemas del consumo
cultural como un elemento clave para la compresión de la “alienación cultural e
ideológica” y de los problemas de identidad en
nuestro país. El análisis crítico sobre el
consumo cultural se centrará en los me
dios de comunicación y sus mensajes
considerados como lugares desde donde se
fomenta el consumismo y los valores
mercantiles del capitalismo y con ello la “pérdida” de nuestra “identidad nacional”, la
dominación, la dependencia cultura
l y la alienación cultural.
Asimismo, empieza a generarse un debate importa
nte sobre las culturas populares en el
que se destacan intelectuales como Alfre
do Chacón (1975) y Esteban Emilio Mosonyi
(1982), quienes plantearon la necesidad de
rescatar las cultu
ras populares como
elemento central de construcción
de nuestra identidad nacional.
Pero, nuevamente en la episteme de este pens
amiento de izquierda, la transformación de
la cultura será posible cuando se modifique
n las condiciones mate
riales de producción.
Esta tesis será apoyada hasta la década de
los ochenta, cuando adquiere eco en nuestro
país el pensamiento Gramsciano. A partir de
entonces, la reflexión sobre los procesos
culturales empieza a romper con el dogmatismo
de la tesis mecanicista del marxismo
ortodoxo y la cultura pasa a ser pensada dent
ro de enfoques menos deterministas desde
el punto de vista estructural. Aunque, como
expresa Evelina Dagnino (2001) ocurrió en
otros países de América Latina, para la izquierda las ideas de cultura hegemónica y
subalterna se convirtieron en simples dicotomías deductivistas y monolíticas.
También es importante resaltar que la reflex
ión acerca de la cultura en Venezuela está
enmarcada dentro de la concepción “vanguardis
ta” que para la época tienen los diversos
actores políticos y culturales
quienes se representan a sí
mismos como los conductores
de las masas, cuestión que impide situar a lo
s sectores populares en el papel protagónico
de hacedores de cultura.
Por otra parte, estos actores, independientemente de las posiciones políticas diferentes,
abrazan al nacionalismo como su ideología y por esta vía una idea de cultura nacional
que centra la discusión en la búsqueda de una
identidad nacional funda
da en el pasado,
en lo telúrico, en lo “propi
o” y en la defensa de “nuestro
s ancestros”, como expresaron
muchos de los defensores de, por ejemplo, la
concepción indigenist
a de aquella época o
los defensores de la tesis del “mestizaje”.
Estas posiciones terminaron convirtiéndose en
obstáculos para visual
izar los diversos
procesos de interculturalidad y diversidad gene
rados a lo largo de la historia cultural del
país y dándose la mano con la concepción populis
ta oficial que se instaló en el país, la
cual construyó una representación hegemónica
acerca de la existencia de una cultura
nacional homogénea que prolongó el im
aginario promovido por la dictadura
perezjimenista. En esta concepción la épica hi
stórica, el arpa, el cuatro, la maraca y el
joropo continuaron siendo los símbolos oficia
les de la identidad nacional, olvidándose
de la evidente diversidad de la cultura
venezolana que Liscano puso en escena con la
organización del ya citado por nosotro
s “Festival de la tradición” en 1948.
Esta concepción dominante en la cultura
oficial persiste hasta hoy, tal y como se
observa en los discursos oficiales, donde se defiende la existencia de una cultura
nacional homogénea fundada sobr
e la historia patriótica y s
obre la “búsqueda de nuestra
identidad” en el pasado.
En consecuencia, estos procesos han impedi
do, desde el Estado, ver la dinámica étnica
intercultural presente a partir de los divers
os movimientos migratorios que se dieron en
Venezuela. Como lo expresa Ali E. Gonzál
ez O. (1997), en respue
sta a las tesis del
mestizaje: “En Venezuela todos somos minoría
s”. Esta posición sitúa el debate en uno
de los puntos claves para comprender los proc
esos culturales venezolanos, no ya desde
la identidad sino desde la diversidad, para poder establec
er cambios importantes en la
orientación de las políticas cu
lturales y en la consecución
de objetivos tales como la
democracia cultural y la ciudadanía cultural.
En resumen, puede sostenerse que la ideolo
gía nacionalista populista
y su visión de la
cultura popular pasó a coexistir con la vi
sión de la cultura como bellas artes que
sustentaron algunos intelectuales, fundament
almente liberales y socialdemócratas. En
esta coexistencia pueden hallars
e algunas de las claves que co
nfiguran el predominio de
una política artística que puso su
acento en el estimulo a la
difusión de las bellas artes y
a lo que Guzmán (1995) ha denominado como
política difusionista y patrimonialista.
Ello también podría ayudar a entender porqué
buena parte de nuest
ra política cultural
hacia el consumo durante el proceso democr
ático ha sido delineada
y ejecutada en dos
grandes orientaciones. Por un la
do, se delineó una pol
ítica cultural basada
en el acceso,
es decir en la democratización de las bellas
artes, con la convicción de que era necesario
llevar la cultura al pueblo: “democratizar la
cultura”; por otro, una
política que redujo lo
popular al folclore y la tradici
ón presentadas como espectáculo.
Sin embargo, también es importante apuntar que
esa política cultural ha tenido su lado
positivo en la medida en que impulsó la c
onstrucción de una institucionalidad cultural
que se mantiene hasta nuestros días y que
se expresa en una apreciable cantidad de
museos, casas de cultura, ateneos, comple
jos culturales, salas de exposiciones,
cinemateca, galerías, escuelas de música, orquestas y en el impulso al surgimiento y
desarrollo de muchos grupos culturales lig
ados a la sociedad civil y apoyados
financieramente por el Estado. Esta institu
cionalidad, aunque ha
sufrido algún deterioro
desde finales de los ochenta en adelante, existe
a lo largo y ancho de
nuestro territorio y
muchas de las instituciones han sido dirigidas por artistas e intelectuales importantes y
han impulsado la actividad cultural.
Pero, como sostuvimos en párrafos anteriores
, la hegemonía de la cultura como bellas
artes dominó la orientación de las políticas
culturales y dio como
resultado una política
dirigida al consumo de estos
bienes por parte de las minor
ías ilustradas que tienen el
capital cultural para apropiarse de estos bi
enes, lo que generó procesos de exclusión
cultural. Por otra parte, la política patrimonialis
ta presente en el discurso oficial sobre la
cultura y los medios de comunicación refor
zaron las representaciones que reducen la
cultura a costumbres, tradiciones, folclo
re, nivel de instrucción y manifestaciones
artísticas ligadas a las llamadas be
llas artes (Bermúdez y Sánchez, 2004).
Por demasiado tiempo las políticas culturales sopo
rtadas en la idea de “llevar la cultura
al pueblo” han anulado a los sectores pop
ulares como actores culturales, como
creadores, hasta el punto que esto se ha tra
ducido en la creación de una representación
por parte de la mayoría de que la cultura es cosa de los ilustrados y sus referencias
culturales siguen ubicadas en pers
onajes históricos, en figuras
ligadas a las letras como
Arturo Uslar Pietri y Rómulo Gallegos y
en aquellos artistas que los medios de
comunicación han promovido como representati
vos del folclore nacional (Bermúdez y
Sánchez, 2004).
Es justo reconocer el enorme esfuerzo que
muchas de las individua
lidades ligadas a la
administración de las instituciones culturales han hecho para lograr democratizar los
espacios culturales y también los esfuerzos por
descentralizar la administración cultural
para ir democratizando los se
rvicios culturales. Sin embar
go, la incógnita
sigue siendo
el público, la gente –“el
de a pie” como se dice popu
larmente-, cuyo “habitus” y
experiencia de vida no se ha conectado al di
sfrute y a la expresión y apropiación de esa
producción cultural artística ni a la valori
zación y puesta en escena cotidiana de sus
expresiones culturales pensadas como al
go que tiene tanto valor como las otras
expresiones.
El divorcio entre cultura y política también
contribuyó a lo anterior. Las demandas que
muchos actores culturales y académicos hací
an sobre la necesidad de reconocimiento
por parte del estado de la producción cultu
ral popular no tuvo ma
yor éxito puesto que
esa batalla no se libró en el terreno de lo político, sino que se redujo a los espacios
culturales. De esta forma, lo
s sectores políticos continua
ron imponiendo, en la práctica,
el paradigma nacional populista y sus representaciones sobre lo popular, reduciendo la
cultura popular a folclore, trad
ición, memoria, a la búsqueda de la identidad en el
pasado, al “rescate” de la tradición y el folclo
re, a “recuperar la iden
tidad pérdida”. Se
trata de una cultura e identidad basada en el culto a los héroes y al desconocimiento de
la inmensa pluralidad que nos caracteriz
a para reducirla a un todo homogéneo que
desconoce el mosaico cultural del cual están
hechos los venezolanos a través de la
historia.
A lo anterior se suma el desconocimiento in
tencional acerca de los cambios culturales
que produjeron los procesos de urbanización
y con ello la presencia de una cultura
urbana también diversa y sometida a los procesos de mundialización cultural.
En la práctica, la política cu
ltural en el ámbito de lo
popular quedó reducida a algunas
iniciativas como la promoc
ión de algún tipo de artesaní
a indígena o a programas
educativos para una educación intercultural
bilingüe, esta última con serios problemas
en su implementación, principalmente por no
estar inscrita en una política indígena
coherente e integral.
Igualmente, el predomino durante mucho tiem
po de la visión en los actores culturales
sobre la irreconciliable separación entre lo
popular, las bellas artes (llamadas también
por algunos “cultura de elites”)
y lo masivo, trajo consecue
ncias negativas a nivel de
las luchas por conquistar espacios que hicieran
visibles lo popular
en los circuitos de
circulación cultural, y en cuanto al imp
acto sobre la voluntad política necesaria para
lograr una política cultural que integrara
estos espacios de producción cultural en
grandes circuitos culturales, que posibil
itaran la reafirmación de las distintas
producciones y manifestaciones culturales.
Esto se agrava cuando, a lo reducido del consum
o de las llamadas bellas artes, se agrega
la casi inexistencia de una política cultural
vinculada al sector
de las comunicaciones.
No existe una política cultural que delinee
una política comunicacional desde el Estado
para fortalecer una industria cultural inte
rna y competitiva que incluya la creación de
una televisión y radio nacional, no al se
rvicio propagandístico
de un gobierno, como
ocurre actualmente, sino en manos de crea
dores y productores que
a través de productos
de calidad compitan en el ámb
ito de la industria del entret
enimiento y de la producción
simbólica.
Un proyecto de crear una tele
visora competitiva pero al mismo tiempo de servicio
público fue presentado por intelectuales conno
tados en el ámbito de la comunicación
como lo es Antonio Pasquali
en el año 1974 al gobierno de
Carlos Andrés Pérez. Este
proyecto fue conocido como el proyecto RATELVE (1974), pero falló la voluntad
política para implementarlo, y lo que prom
etía ser un gran paso en la política
comunicacional y cultural del país quedó nuevamente reducida a un canal del Estado
con muy baja calidad en sus producciones –e
incluso, muchas de ellas, “enlatados”
importados– y una radio nacional que fracasó inmediatamente.
Sin embargo, a medida que los
gobiernos nacionales fueron
articulándose a decisiones
sobre políticas culturales impulsadas por lo
s actores globales
(UNESCO, OEA), la
administración cultural se fue tecnificando
aunque sometida a cambios administrativos
que afectaron la continuidad de las políticas
culturales nacionales. La primera expresión
de esto a nivel del Estado fue la creaci
ón del Instituto de Cu
ltura y Bellas Artes
(INCIBA) en 1962 y su definitivo arranque en 1969
5
, que al poco tiempo será
transformado en el Consejo Nacional de la
Cultura (CONAC) con la
creación de la Ley
de Cultura en 1974. A este instituto se le
dieron atribuciones rectoras en la política
cultural venezolana y se mantuvo,
aunque con constantes cambios
6
, hasta el año 2006,
cuando se crea el Ministerio de Cultura.
Asimismo, Venezuela fue articulándose a la
s resoluciones y acuerdos que en materia
cultural se dieron en los orga
nismos internacionales. Desd
e el punto de vista de la
planificación cultural y de
la retórica de los planes
nacionales (Sánchez, 2002), los
gobiernos fueron adoptando orientaciones que
tenían que ver cada vez más con los
5
Es de hacer notar que la creación de
este instituto fue promovida en el
Congreso Nacional por uno de los
hombres de pensamiento de izquierda y connotado en las literatura política venezolana como lo fue
Miguel Otero Silva, fundador del periódico El Nacional
6
A lo largo del período democrático, el CONAC ha sufrido muchas transformaciones. En el gobierno del
Dr. Luís Herrera Campins, por presión de los actores
culturales, se creó el Ministerio de Cultura. Luego
en el gobierno de Jaime Lusinchi se vuelve a la figura del CONAC, en el gobierno de Caldera se le da
rango de Ministro a quien preside el CONAC con la
finalidad de que forme
parte del tren ejecutivo
nacional y en el actual gobierno ha pasado desde este año 2006 a ser una plataforma que se encarga de los
procesos de descentralización cultural y se cr
ea nuevamente el Ministerio de Cultura.
grandes temas mundiales acerca de los problemas culturales. La necesidad de tecnificar
el sector cultura fue acogida con gran bene
plácito por muchos de los actores culturales
que aspiraban a que esta tecnif
icación de la administración
cultural y de la toma de
decisiones en política cultural permitiera la consecución de mayores recursos y atención
por parte del sector político acostumbra
do a pensar la cultura como un pasatiempo.
7
Así podemos ver como a partir del V Plan
de la Nación (República de Venezuela,
1975-1980) hasta el actual plan (2000-2007)
inclusive, hay una política cultural
adecuada a las exigencias que a nivel internaci
onal se hacen a los Estados, así como a
los nuevos paradigmas que empiezan a dominar el escenario de la discusión cultural.
Los efectos positivos se visualizan en que
hay un esfuerzo por romper a nivel de las
políticas culturales con las id
eas y paradigmas anteriores de
mirar la cultura. La cultura
empieza a ser articulada a temas como el desa
rrollo, la animación cultural, las culturas
populares, la construcción de la ciudadanía y
el fortalecimiento de la democracia, las
industrias culturales y su papel en la econom
ía del país, las identidades como factor
central del desarrollo y el respeto a la plur
alidad cultural, el turismo y el papel del
patrimonio cultural en el fortalecimiento de las identidades y del desarrollo
sociocultural.
Pero, nuevamente estos temas que se tradujer
on en orientaciones importantes de las
políticas culturales no se acompañaron de d
ecisiones y voluntad política por parte de los
gobiernos ni de un empuje y de luchas por part
e de los actores culturales. La mayoría de
los artistas y grupos cultura
les continuaron preocupándose
más por los subsidios y a
nivel de la administración cultural, empezó a hacerse dominante la idea de que la clave
del éxito para lograr los objet
ivos en materia cultural estaba en la gerencia cultural.
Sin negar lo importante que es la gerencia
adecuada de los recursos para lograr una
efectiva acción por parte del Es
tado, lo criticable es que
se pensara que una buena
gerencia por parte de las instituciones cultur
ales y la asignación de mayores recursos
bastaba para lograr objetivos
tan trascendentes como los
propuestos en las políticas
culturales. De hecho en nuestro
país un análisis de los pres
upuestos nacionales habla de
un incremento constante de
los recursos por parte del
Estado desde el año 75 en
adelante
8
, y sin embargo esto no se ha trad
ucido en mayor desa
rrollo cultural y
7
En Venezuela se crea incluso el Centro Latinoamericano y del Caribe para el Desarrollo Cultural
(CLACDEC).
8
Las asignaciones presupuestarias di
rigidas al CONAC para la década de
los setenta llegaron en su punto
más alto a ser de 100 millones de bolívares. Para el
año 1995 se designaron 22.220 millones de bolívares
lo cual significa un 0,635 del presupuesto de gasto nacional. Este nivel de inversión comparativamente