La pandemia también multiplica las incertidumbres. Es el clima ideal para que se propaguen los rumores y las especulaciones. En tiempo de cuarentena lo que más se mueve es la información. De todo tipo, de toda calaña. Vivimos encerrados consumiendo todo el día las distintas versiones de lo que supuestamente pasa o no pasa afuera. Y a medida que trasncurre el tiempo sin que haya desenlaces definitivos, la inseguridad y la desconfianza crecen. Necesitamos culpables y necesitamos la ilusión de una certeza. Por eso las teorías de la conspiración se reproducen con la rapidez del virus. Hay que dudar de los chinos, de los rusos, de los gringos, de los islamitas… pero también hay que desconfiar de la Organización Mundial de la Salud, de todos los gobernantes, de todas las estadísticas oficiales. No solo hay que dudar de que nos estén diciendo la verdad, también hay que dudar de la verdad misma. ¿Cómo es posible que los creadores de la ingeniería genética y de la inteligencia artificial se encuentren ahora acorralados por una “gripe”? Texto tomado de Tolstói y el poder de la fragilidad de Alberto Barrera Tyszka | Escritor Venezolano
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