(…). Presumiendo la mala sangre caribe que
Dominga llevaba por dentro y viendo que
conservaba su talante altanero, todos esperaban
verla dar aullidos demoníacos, zafarse de los
guardias y abalanzarse como una fiera sobre el
Corregidor, tumbarlo a patadas, sacarle los ojos y
comérselos. Pero al revés de lo que daban por hecho,
la india se dejó conducir mansamente a la mitad de
la plaza sin poner resistencia. El corregidor pidió
la ayuda al Teniente para apartar la espesa masa
de cabello, debajo de la cual ella trataba de
esconder la cara. La amarraron al botalón y el
ayudante desgarró de un tirón el llamativo traje
estilo pescado, exponiendo su piel dos o tres tonos
más amarilla que la de las otras indias.
(…)
Don Francisco se alejó un tanto para contemplar a
distancia la gloriosa estampa de cuerpo entero,
caminó de regreso e introdujo la nariz entre los
muslos sudorosos de la india. Aspiró profundamente
y rió complacido:

  • Chirel puro- dijo, y dio la orden de que comenzaran
    los manotazos, y animó a la muchedumbre a corear:
    Uno, dos, tres- hasta contar cuarenta.

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