Agustín llega a Venezuela para trabajar con su tío Santos Morandi en el cultivo y exportación de cacao. Se instala en el puerto de Carúpano junto con su esposa Felicité. Vienen de la isla de Córcega. Pronto se adapta a su trabajo, al clima del lugar y tiene su primer hijo. Aunque Agustín está contento en América, su esposa pasa los días muy triste, encerrada en su casa porque no habla español y no soporta el calor del trópico; para acompañarla, Agustin contrata a Aimee, quien también es francesa. Como Felicité no se recupera, la esposa del tío Santos, Teresa, se la lleva a pasar una temporada a la misión indígena de Cumanacoa. Mientras, Aimee se ocupa del hijo y también de Agustin, con quien vive un intenso romance que no se termina a la vuelta de Felicité, sino entra en una rutina suave y complaciente que satisface necesidades de los tres. Este es sólo el comienzo de una historia que recorre tres generaciones de corsos que llegaron a Carúpano durante el siglo XIX, combinaron el cultivo del cacao con su exportación a Europa, renovaron un puerto donde ni siquiera atracaban barcos extranjeros, construyeron acueductos, el tranvía y el cable para comunicarse con Francia. Formaron familias extensas con las criollas, se involucraron en la política y participaron en las guerras; durante la paz hicieron grandes fortunas.

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